jueves, 12 de septiembre de 2013

Texto Prescindible 1: Una breve descripción de una tarde lluviosa en la ciudad (como si no hubieran ya suficientes) vista desde un bus

Es una de esas tardes, una de esas tantas tardes. Se parece a muchas otras. ¿Será que ya la viví? Pudo haber sido en el cuerpo de alguien más, o tal vez la viví en el mío, simplemente que se ha repetido tantas veces que ya no me acuerdo. ¿Una especie de adormecimiento? Quizás es el medicamento nuevo el que me tiene azurumbado (más de lo normal). El distraído distrayéndose con muchas distracciones en un mundo distraído creado para distraer. ¡Qué problema!

Es el bus de cinco y algo, porque no es de esos buses que salen cada 15 minutos, es uno de esos buses cuya referencia fue: “agarre cualquiera de los que paran ahí, todos lo llevan al centro”. El cielo estalla. “San Pedro está corriendo los muebles” diría mi abuela. Ya pronto, ya pronto… no solo será calle, también serán edificios, será la aglutinación de vehículos, será la densa capa de smog… decadente… deliciosa. Esa capa que después de un viaje a la montaña olemos con morbo, que nos da asco pero al mismo tiempo placer.

El bus avanza. Llueve. Lentamente sin ningún tipo de resistencia, el bus se introduce lentamente en una conglomeración de automóviles. Se ha perdido entre el montón, pero nunca dejó de ser del montón. Un gas somnífero se ha colado por debajo de la puerta, ha subido las gradas, mando para la mierda al conductor y no pago el pasaje. Y decidió estallar,  quiso que todos lo inhalaran. Parece que (des)afortunadamente lo he respirado de lleno, mis párpados pesan y una canción de cuna compuesta por gritos, bocinas y pulgares golpeando pantallas de celular me arrullan. La ventana que ha servido para hacer filosofar a muchos desprevenidos es ahora mi almohada. Fría, húmeda, agradable.

¡No debo dormirme! Inútilmente intento superar el estado de adormecimiento, le pegó una mirada al hermoso caos con el que estamos negociando. La ciudad es una obra de arte de esas que parecen que un día el pintor amaneció furioso con los colores, simplemente amaneció furioso con el lienzo, con la paleta, con los pinceles y después de un grito que casi le hace sangrar las cuerdas vocales y una patada a una puerta, decidió mandar todo para el demonio. Agarró las pinturas y las arrojó con violencia al lienzo, explosión por todo lado, desbordada, puntos por aquí, por allá… dos grandes motas de verde juntas… ¿Por qué? Porque si… no hay razón profunda, es simplemente una reminiscencia del caos. Así es esta ciudad.

El bus anda como un carrito de supermercados al que le falla una llanta, se mete por laberintos hechos de puteros, comida rápida, ferreterías, librerías, universidades, bancos, plazas, oficinas de gobiernos, panaderías, pasamanerías, restaurantes (in)formales, bares, chinamos, paradas de buses, tiendas de ropa, supermercados, carnicerías, mueblerías, tiendas de videojuegos, escuelas, colegios, las tiendas de los chinos, bancas, adoquines, calle, asfalto, ratas, indigentes, cartón, acero, madera, taxis, sangre, delincuencia, teatros, ópticas, sodas, gaseosas, comandancias de policía, gente, mierda, agua, luz, oscuridad, tiendas de discos, orina, farmacias, heladerías, cafeterías, trenes, zapaterías, tiendas de celulares, el correo, plástico, dinero, monumentos, fuentes, fuego, animales, veterinarias, guitarras, casas, hospitales, patrullas, huevo frito, saliva… Un momento… ¿El Aleph?... ¡Aquí está todo!

Es estremecedor, tanto de todo en un mundo en el que la clave para ser feliz es siempre carecer de algo. ¡Diablos! Los ojos me pesan. Como el más imbécil dejo que la baba se me salga lentamente, duermo con la boca abierta, ignorando a todo lo que me rodea. Simplemente me he dejado vencer por el sueño. Es una derrota satisfactoria, se siente bien ser dominado. Al fin y al cabo, será una victoria breve.

Diez minutos pasan y me doy cuenta que estoy rodeado de nuevos extraños. El bus quiere arrancar otra vez… ¿Por qué otra vez? Debería estar en mi destino. Rápidamente armo las piezas del rompecabezas, ya todo el mundo se bajó, me quedé dormido, va a empezar el viaje otra vez….el conductor está a punto de cerrar la puerta para iniciar nuevamente el repetitivo recorrido, pero logro escapar a tiempo… no se ha percatado de que nunca me bajé… tal vez simplemente no le importó, o la repetición simplemente lo ha hecho inmune a las anomalías básicas.


Después de unos pasos en miedo de la lluvia, se impregna ese olor a pollo frito… pollo frito. Les invito queridos amigos, a buscar descripciones de la ciudad de los últimos veinticinco años y les apuesto que muchas les dirán que la ciudad huele a pollo frito… Creo que lo he descubierto, el olor de la ciudad es una combinación de 5 elementos: humo, mierda, sudor, humedad…y el más importante….pollo frito.

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