sábado, 11 de enero de 2014

Texto Prescindible 10: Relato para la soledad

La abuela estaba a punto de cumplir 89. Muchas la molestaban y le decían que ya estaba en “tiempos extra”. Estaba en la mesa de siempre con ella. Tomó su té, agarró su periódico y empezó a ojearlo. Miró con miedo la sección de sucesos, frunció el ceño cuando llego a la parte de espectáculos, miró con perplejidad la sección de ciencia y tecnología, río al ver la sección de deportes y se puso muy seria al leer las noticias acerca de los últimos acontecimientos en otros países.


Yo estaba en lo mío, comiendo cereal y viendo los dibujitos estúpidos que venían en la caja de este; pero pude notar que pasó un buen rato con la mirada perdida. Sin esperarlo me dijo: “en serio, espero morirme pronto, este mundo ya no es para mí”. Se levantó y se fue al cuarto donde solía sentarse a coser todo el día.

Texto Prescindible 9: No se Vende

Aquel día andábamos por el Bulevar Chino, rara vez vamos por ahí; no es un lugar que nos queda cómodo visitar o que nos interesé, pero aquella tarde a ella se le había metido que quería ir a ver no se que en la tiendas de los chinos… no me acuerdo bien.

Salimos de una de las tiendas (a mi todas me parecían tan iguales) y nos sentamos en una de esas banquillas chinas. Está bien, no me acuerdo cómo se llaman. Sí, nos sentamos en una de esos asientillos que parecen chinos y me recuerdo que vi algo que me llamo la atención; dentro de tanto edificio y tiendas había una pequeña propiedad, que no podía medir más de 10 metros de frente, increíblemente descuidada, atrapada (parecía metida a la fuerza) y que tenía una puerta negra a la cual le habían pintando “No Se Vende”.

Ella no la había notado, hasta que yo le dije; empezamos a preguntarnos que podría haber ahí y elaboramos en cuestión de segundos mil teorías conspiratorias de lo que había allí, además de crear varias especulaciones de por qué el dueño había dejado claro que ese pedacito no se vendía a nadie.


La razón de por qué sigue esa propiedad hasta el día de hoy ahí en ese bulevar, no la sabemos; pero ahí está, desentonando el paisaje; sintiéndose orgullosa de ser la pieza que no calzó en un plan que creían que era perfecto. Ahí está, estorbando con alegría, como una basura en el ojo que se niega a salir, solo para recordar que molesto puede ser el azar.