Sabía que jamás podría ser como él.
Me parece estarle viendo sentado en
su sillón gris, conformándose con ver la primera estupidez que saliera en
televisión. A él todo lo daba igual, todo le parecía estar bien. No creo que
haya llegado a tener mayor objetivo en su vida que el de sobrevivir el día a
día de manera mediocre.
“La luz subió, bueno que más da.
Anoche fuimos al bar de Ofelia, yo quería ir al nuevo de la Calle 20, pero da
igual. Me cobraron por equivocación un extra en el restaurante, iba a reclamar,
pero que pereza, ultimadamente. En estas elecciones todos los candidatos sí que
son una basura, pero qué más da, me conformaré con lo que decida la mayoría, no
es como que yo logre mucho. Me saque un 70 en el examen de fundamentos, pude
haber sacado mejor nota pero lo importante era pasar, da igual. Pude haber
obtenido la comisión, pero que va, así estoy bien, ultimadamente para qué
matarse”.
Qué más da, me da igual, me conformo
y como sea parecían ser sus expresiones favoritas, siempre repetitivas. A pesar
de que más de una vez le intenté alentar a que saliera de ese conformismo que
le embrutecía la mente, mis intentos fueron vanos. Nunca había conocido a
alguien tan contento con su indiferencia, cualquier cosa que viniera estaba
bien, y lo que se obtuviera por medio del mínimo esfuerzo era perfecto. Lograr
obtener lo básico era el objetivo final, sin olvidar la mediocridad de por medio.
Esa falta de ambiciones, ilusiones, metas… era triste.
Sabía que jamás podría ser como él.
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