Es una de esas tardes, una de esas tantas
tardes. Se parece a muchas otras. ¿Será que ya la viví? Pudo haber sido en el
cuerpo de alguien más, o tal vez la viví en el mío, simplemente que se ha
repetido tantas veces que ya no me acuerdo. ¿Una especie de adormecimiento?
Quizás es el medicamento nuevo el que me tiene azurumbado (más de lo normal).
El distraído distrayéndose con muchas distracciones en un mundo distraído creado
para distraer. ¡Qué problema!
Es el bus de cinco y algo, porque no es de esos
buses que salen cada 15 minutos, es uno de esos buses cuya referencia fue: “agarre
cualquiera de los que paran ahí, todos lo llevan al centro”. El cielo estalla. “San
Pedro está corriendo los muebles” diría mi abuela. Ya pronto, ya pronto… no
solo será calle, también serán edificios, será la aglutinación de vehículos,
será la densa capa de smog… decadente… deliciosa. Esa capa que después de un
viaje a la montaña olemos con morbo, que nos da asco pero al mismo tiempo
placer.
El bus avanza. Llueve. Lentamente sin ningún tipo
de resistencia, el bus se introduce lentamente en una conglomeración de automóviles.
Se ha perdido entre el montón, pero nunca dejó de ser del montón. Un gas somnífero
se ha colado por debajo de la puerta, ha subido las gradas, mando para la
mierda al conductor y no pago el pasaje. Y decidió estallar, quiso que todos lo inhalaran. Parece que (des)afortunadamente
lo he respirado de lleno, mis párpados pesan y una canción de cuna compuesta
por gritos, bocinas y pulgares golpeando pantallas de celular me arrullan. La
ventana que ha servido para hacer filosofar a muchos desprevenidos es ahora mi
almohada. Fría, húmeda, agradable.
¡No debo dormirme! Inútilmente intento superar
el estado de adormecimiento, le pegó una mirada al hermoso caos con el que
estamos negociando. La ciudad es una obra de arte de esas que parecen que un día
el pintor amaneció furioso con los colores, simplemente amaneció furioso con el
lienzo, con la paleta, con los pinceles y después de un grito que casi le hace
sangrar las cuerdas vocales y una patada a una puerta, decidió mandar todo para
el demonio. Agarró las pinturas y las arrojó con violencia al lienzo, explosión
por todo lado, desbordada, puntos por aquí, por allá… dos grandes motas de
verde juntas… ¿Por qué? Porque si… no hay razón profunda, es simplemente una
reminiscencia del caos. Así es esta ciudad.
El bus anda como un carrito de supermercados al
que le falla una llanta, se mete por laberintos hechos de puteros, comida
rápida, ferreterías, librerías, universidades, bancos, plazas, oficinas de
gobiernos, panaderías, pasamanerías, restaurantes (in)formales, bares,
chinamos, paradas de buses, tiendas de ropa, supermercados, carnicerías,
mueblerías, tiendas de videojuegos, escuelas, colegios, las tiendas de los
chinos, bancas, adoquines, calle, asfalto, ratas, indigentes, cartón, acero,
madera, taxis, sangre, delincuencia, teatros, ópticas, sodas, gaseosas,
comandancias de policía, gente, mierda, agua, luz, oscuridad, tiendas de
discos, orina, farmacias, heladerías, cafeterías, trenes, zapaterías, tiendas
de celulares, el correo, plástico, dinero, monumentos, fuentes, fuego,
animales, veterinarias, guitarras, casas, hospitales, patrullas, huevo frito,
saliva… Un momento… ¿El Aleph?... ¡Aquí está todo!
Es estremecedor, tanto de todo en un mundo en
el que la clave para ser feliz es siempre carecer de algo. ¡Diablos! Los ojos
me pesan. Como el más imbécil dejo que la baba se me salga lentamente, duermo
con la boca abierta, ignorando a todo lo que me rodea. Simplemente me he dejado
vencer por el sueño. Es una derrota satisfactoria, se siente bien ser dominado.
Al fin y al cabo, será una victoria breve.
Diez minutos pasan y me doy cuenta que estoy
rodeado de nuevos extraños. El bus quiere arrancar otra vez… ¿Por qué otra vez?
Debería estar en mi destino. Rápidamente armo las piezas del rompecabezas, ya
todo el mundo se bajó, me quedé dormido, va a empezar el viaje otra vez….el
conductor está a punto de cerrar la puerta para iniciar nuevamente el
repetitivo recorrido, pero logro escapar a tiempo… no se ha percatado de que
nunca me bajé… tal vez simplemente no le importó, o la repetición simplemente
lo ha hecho inmune a las anomalías básicas.
Después de unos pasos en miedo de la lluvia, se
impregna ese olor a pollo frito… pollo frito. Les invito queridos amigos, a
buscar descripciones de la ciudad de los últimos veinticinco años y les apuesto
que muchas les dirán que la ciudad huele a pollo frito… Creo que lo he
descubierto, el olor de la ciudad es una combinación de 5 elementos: humo,
mierda, sudor, humedad…y el más importante….pollo frito.
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