Realmente sería difícil determinar cómo
empezó todo, ¿vos sabes? Es una de esas historias, o mejor dicho, experiencias,
que cuando se intentan rememorar parecen no tener un verdadero punto de
partida, pero esto no significa que no se pueda intentar ubicar la raíz del
asunto. Quizás todo empezó en aquellas clases de Filosofía Moderna I. La veía sentarse
en el asiento de siempre, la miraba de reojo para no parecer tan obvio. “Nada
especial”, pensó la primera vez.
La segunda vez, no fue igual, ni la
tercera, ni mucho menos la cuarta. Le había puesto atención y se había dado
cuenta que siempre andaba con un libro diferente, siempre de literatura
costarricense. Quizás ese fue el detonante. Sí, de fijo ahí estaba la chispa.
Él también estaba en esa fase; ya había pasado por el episodio de buscar
literatura de otras latitudes, por lo que ya se había devorado varios libros de
Huxley, Orwell, Hesse, Verne, Dostoievski, Tolkien, Fitzgerald, Carroll, Twain,
Dickens y muchos otros; ya también había pasado la fase de buscar literatura latinoamericana,
hizo pasar ante sus ojos los textos de Benedetti, García Márquez, Allende,
Cortázar, Borges, Carpentier, Neruda….
Pero ahora le apostaba a lo nacional
y no pudo evitar quitarle la mirada cuando la descubrió leyendo a Ana Istarú,
tampoco a la semana siguiente que descubrió que estaba metida en un libro de
Alí Víquez. La semana que le siguió a esa fue peor…andaba dos libros, uno de
Debravo y otro de Eduardo Calsamiglia; pero el golpe final se lo dio cuando se dio
cuenta que estaba leyendo a Rodolfo Arias Formoso… El emperador…
Tenía que hablar con ella, cómo no
hacerlo. Por obra maestra del destino resultó que se iban en el mismo bus,
estaba sentada ella en la banquita de la parada esperando a la famosa lata
blanco con azul de las 7:00pm, con torpeza se acercó, nuestra co-protagonista estaba sumida en las letras de “Asalto al paraíso” de Tatiana Lobo. “Que
buen libro”. Esa fue la oración más inteligente que pudo desarrollar el cerebro
de nuestro embrutecido amigo, y la que a su boca le pareció pertinente pronunciar. Ella pudo haber respondido con un sí breve, indicándole
“déjeme seguir leyendo” o “sí, es cierto”. Pero en cambio, se quedó callada, lo
volvió a ver con una sonrisa y le dijo “no puedo parar de leerlo” y después de
una breve risa confesó: “estoy como obsesionada con la literatura nacional en
este momento… ¿te ha pasado?”. De ahí en adelante la conversación agarró su
curso, simplemente empezó a fluir y cada oración que pasaba hacía que sintieran
más curiosidad el uno por el otro. Se daban cuenta que si este encuentro era
producto del azar, la suerte estaba de su lado.
No eran iguales, pero eran
perfectamente compatibles. Su forma de pensar, el tipo de lectura por el que
iban sintiendo afición, su manera de pensar acerca de la vida, los temas
polémicos de actualidad, los temas banales de actualidad, la música, las
drogas, los sentimientos… Eran un par de canábico amantes con una
co-dependencia por el rock alternativo y el ska, que creían que Huxley era lo
mejor que le había pasado el mundo, que odiaban a Paulo Cohello, y disfrutaban
de oír a los demás simplemente para hacer un intento de entender cómo ven el
mundo otras personas, sin embargo a ella no le gustaban los domingos, a él no
le gustaban los lunes; ella le gustaban los gatos, a él los perros, ella
mataría por una dona con dulce de leche, el por un pastel de carne de la soda
cerquita de la parada de buses. Pero todo bien.
Benditos estos lectores
empedernidos, porque no eran de esos modelos de catálogos que vos y yo solemos
ver a cada rato en las revistas, ni de esos que simplemente se gustaron porque
lo primero que les entró por el ojo fue la atracción física. Benditos sean porque
iban a durar un muy buen rato, porque su enamoramiento primordial no fue
producto del deseo de sus cuerpos, este par se enamoró de sus ideas, sus obsesiones,
sus demonios, de sus maneras de ver el mundo…